Sobre la lenta muerte del Estado mexicano, entre otras cosas:
Carlos Monsiváis
08 de marzo de 2009
El miedo que te quede libre
I
En 2009 está profundamente en duda la interminable transición a la democracia. La sociedad, en su mayoría, desconfía de los partidos, rechaza los gobiernos, se siente despojada a diario. Luego de su triunfo tan cuestionable, el presidente Felipe Calderón no ha conseguido la credibilidad necesaria y ha perdido aun una parte sustancial de sus apoyos en la derecha tradicional. Lorenzo Servitje, el empresario conservador más prestigiado en su espacio ideológico, que apoyó su campaña, ahora habla del fin del “microsexenio” de Calderón: “Con la falta de legitimidad, ingobernabilidad social y empecinamiento en conservar en su gabinete y en los principales puestos públicos a sus amigos y gente inepta, es difícil que Felipe Calderón se conserve en el poder”.
El tema básico no es la perdurabilidad de Calderón los cuatro años que le quedan en el mando, sino la muy mencionada y admitida descomposición de la sociedad. Grupos literalmente hambrientos asaltan los trenes en busca de granos de maíz, en las calles de las ciudades las multitudes andan en pos del empleo o en pos de que las mafias que controlan el comercio marginal les den entrada, el gobierno de Nuevo León acusa a quienes protestan por la situación económica y por la presencia del Ejército en las calles de “pagados por el narcotráfico”.
Al mismo tiempo, en los partidos políticos desaparece cualquier asomo de debate ideológico o de visiones críticas. El Partido Acción Nacional mantiene su conservadurismo a ultranza y no lo modifica en lo mínimo, no obstante sus fracasos ostentosos en cada batalla cultural que emprende; el PRI, con grandes posibilidades de volver al poder, aunque sin candidatos que le den fuerza a sus posibilidades, es una confederación de tribus a las que si se les quiere encontrar ubicación histórica se les puede decir “feudales”, y el Partido de la Revolución Democrática, muy obviamente corrompido en buena parte de su dirección, ha extraviado en el metro, por ligarlos a un sitio popular, la identidad de izquierda.
No obstante el derrumbe del grupo que renta carismas y solicita maestros de dicción para aparecer en los comerciales del PRD, la izquierda mantiene una poderosa fuerza social, ya no identificada con el PRD (aunque quizá vote por alguno de sus candidatos), pero muy resistente en lo político, lo ecológico, lo cultural, lo social, las causas de la bioética. Este sector carece por ahora de consecuencias electorales.
* * *
Pese a todo, siguen siendo fundamentales las ideas en este periodo de supervivencia. Así se agoten y pierdan eficacia, o se diluyan y enturbien, las ideas genuinas incitan a las movilizaciones y la resistencia. Véase si no la trascendencia de las ideas contenidas en estas palabras clave: sociedad civil, tolerancia, transición a la democracia, programas políticos incluyentes, diversidad, pluralidad y empoderamiento, de consecuencias amplísimas aun si devienen lugares comunes o abstracciones pobres.
El proceso trasciende las formaciones políticas tradicionales, y en las alternativas al pensamiento único, hoy tan averiado, las ideas desempeñan un papel principalísimo.
II
El 13 de febrero de 2009, el presidente Felipe Calderón, en la residencia de Los Pinos ante la cúpula del Partido Revolucionario Institucional, es enfático: “Si no lo hacemos, si no ganamos esa batalla (contra la delincuencia), puede ser que la próxima vez que vengan a Los Pinos se tengan que sentar con un presidente narcotraficante”.
Luego, en una lucha repetición por repetición contra la sintaxis, el secretario de Economía Gerardo Ruiz Mateos, coincide: “De fracasar el combate contra la delincuencia organizada, el próximo presidente de la República será un narco. La lógica del ataque del gobierno en materia del narcotráfico es porque precisamente el narcotráfico ya había hecho un Estado dentro del mismo Estado. Es un problema serio, tan serio que tuvimos que entrar, lo más fácil era dejarlo, como dice mucha gente, dejarlo en el estatus en el que estaba, y sí te puedo asegurar que el presidente de la República sería un narcotraficante”.
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Desde Estados Unidos las voces de alarma no coinciden con la seguridad del gobierno mexicano de estar ganándole al crimen organizado. Por un lado, las autoridades federales de Estados Unidos le envían al gobierno frases de salvamento; por otro, cito un ejemplo, el ex zar del combate a la droga Barry McCaffrey, asegura: “México se encuentra al borde del abismo y se puede convertir en un narcoestado en la próxima década” (29 de diciembre de 2008).
Y para alejarse personalmente del abismo, y en otra de sus andanadas contra los culpables (todos los demás), Felipe Calderón es enfático: “Habría que preguntarse cómo es posible que hayamos como pueblo sido capaces de tolerar que semejante barbarie penetrara en la sociedad mexicana, que se asentara en nuestras calles, que penetrara en nuestras autoridades” (15 de febrero de 2009). Luego, convencido de que la autocrítica es un género apátrida, agrega: “El gobierno no puede ni debe hacer solo la tarea de liberar a México de la violencia, por eso, demando la colaboración de las autoridades estatales y a los ciudadanos les pido atorarle a los problemas” (6 de marzo de 2009).
Los grupos del narcotráfico tienen su ejército, sus propios policías, su equipo de inteligencia y de espionaje, a sus propios financieros con los que estudian el mercado. Además, ya cuentan con territorios y ciudades, como reconocen dos secretarios de Gobernación (Juan Camilo Mouriño, Fernando Gómez Mont), sobredeterminan un buen número de gobiernos locales por medio del apoyo o la intimidación o la mezcla de persuasiones, pagan candidaturas a diputaciones y alcaldías, se asocian con empresarios y banqueros, manejan cifras espectaculares de lavado de dinero (actividad casi lícita en la medida en que no se investiga), y compran en Estados Unidos armamentos de primer orden. En síntesis, desafían al Estado mexicano en varios aspectos y ponen en entredicho el funcionamiento de diversas instituciones no sólo de justicia.
Si lo anterior no es cierto, y en el estilo más puro del régimen, cúlpense, lectores, a ustedes mismos por creerle a la realidad, tan influida por la ciencia ficción.