divendres, de juny 30, 2006

Sobre una exposición

Goya, Klinger y Ruelas en el cruce de las ideas (borrador)
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Un triunfo de la modernidad en el arte consiste en la potenciación de la libertad creativa con la subsiguiente plasmación de mundos individuales. Francisco de Goya fue el artista que abrió la modernidad visual, y en gran medida, se adelantó y prefiguró formalmente las búsquedas y ambiciones del arte moderno. Goya vivió una época de cambios y transiciones radicales y dolorosas. El mundo al año de la muerte del autor, en 1828, era irreconocible con respecto del lejano 1746, fecha de su nacimiento. Hacia la tercera década del siglo XIX las transformaciones tanto en Europa como en América alteraron sobremanera las estructuras sociales, las jerarquías de mando, sobre todo los modelos que regían el poder y el modo de ejercerlo. Este nuevo entendimiento es lo que hemos venido llamando modernidad.
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Lo “moderno” suele referirse de manera genérica a lo contemporáneo, mas un rápido repaso a la palabra nos lleva del siglo XV al XIX.. Durante el Renacimiento, Cennino Cennini y Giorgio Vasari se referían a sí mismos como modernos. El primero en el Libro del arte de 1437 y el segundo en las Vidas de los artistas de 1550/68. Su arte, basado en el estudio científico de la naturaleza era en su cosmovisión, moderno. El antedicho adjetivo vuelve a reinventarse a mediados del siglo XIX, y en términos del arte alude al periodo comprendido entre 1860 y 1970. Dicha centuria contendría tanto constantes formales como ideológicas.
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La primera idea o tesis de lo moderno puede ser encontrada en el Renacimiento, a saber, el humanismo de la época tenía como premisa que el hombre es la medida de todas las cosas, el hombre es el centro del mundo y que las sociedades podían ser cada vez más cívicas y perfectas, desplazando así la centralidad de dios, las cortes celestiales y la ilusión de encontrar perfección nada más en el cielo. Asimismo, el Renacimiento propuso confianza hacia el hombre, a su habilidad para conocer, entender y dominar las fuerzas del universo, incluso para darle forma a los destinos individuales.
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Hacia el siglo XVIII la centralidad del hombre comenzó a divergir, por un lado, se desarrolló un bando que propugnaba por la libertad del hombre y por un sistema político más acorde a la razón y no a supuestos designios divinos. Por otro lado, una parte de la sociedad se encontraba cómoda en el status quo, justificada desde su posición de poder económico y designio sobrenatural.
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El siglo XIX fue la ocasión del surgimiento de varias ilusiones modernas. La ilusión de que existía un camino lineal, científico y racional hacia el progreso. La ilusión de que las sociedades pueden ser explicadas y moldeadas mediante reglas y principios. La ilusión de que mediante la revolución proletaria se alcanzaría la felicidad. Ante todo, la modernidad se ilusionó con la creación del individuo. En el arte, el creador como vehículo de ideas originales y atrevidas. El artista del siglo XIX demostró que en su tiempo se vivía peligrosamente, las guerras e intervenciones militares ya no eran objeto de ensalzamiento, sino de crítica. Indiscutibles deudores del legado de Goya, Klinger y Ruelas crearon una dramaturgia, ora fetichista, ora existencial, otras veces más lúdica.
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A pesar de que la libertad era una aspiración en las sociedades occidentales, la modernidad trajo consigo nuevos tipos de control por parte del Estado. La idea de la salud pública, aunada por el siempre deseado orden, llevó a explorar las mentes y a censurar los cuerpos. Los cuerpos y secreciones se convirtieron en asunto de Estado, lo cual llevó a las medidas sanitarias aun vigentes. Asimismo los cuerpos modernistas asumen una postura de exploración psíquica, sexual y formal. La modernidad emprende una batalla con el cuerpo, especialmente con los cuerpos femeninos. La modernidad de éstos autores provoca, irrita, perturba e ilusiona, tal y como lo hicieron las ilusiones de la modernidad
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Eventos históricos de primera importancia se sucedieron en la época, desde la publicación de la Enciclopedia (1751) hasta las revoluciones americanas (1776) y francesas (1789), y por supuesto, la emancipación de los virreinatos hispanoamericanos. De no menos importancia es la coincidencia con la vida y obra de intelectuales de primer orden, que modificaron el entendimiento del quehacer humano, en el caso francófono Compte, Balzac, Diderot, Montesquieu, Rousseau, Victor Hugo, Voltaire, entre otros. En las letras alemanas son menester mencionar a Hegel, Novalis, Schiller o Winckelmann. En el ámbito español, el autor más apreciado era Jovellanos.
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