Escocia resiste la crisis
El nacionalista Alex Salmond aparca la independencia en favor de las pequeñas pero grandes cosas como sanidad, educación, transporte y cuidado de ancianos | La crisis ha sido el pretexto para aparcar una consulta con pocas posibilidades | Hay medicinas gratis, cuidado de ancianos y se han eliminado peajes y matrículas
Los ingleses votaron al Labour para tener un gobierno socialista (o cuando menos de centroizquierda), y su premio fue un neoliberalismo económico a la americana con el que ni siquiera Thatcher se había atrevido a soñar.
Los escoceses votaron al independentista SNP para impulsar la identidad nacional y (sobre todo) castigar a Blair, y se han encontrado con una socialdemocracia. Los designios de la política son con frecuencia impredecibles. En Inglaterra Blair y Brown han matado al viejo laborismo y han exterminado la izquierda, y en Escocia los nacionalistas han aparcado sine die el referéndum de independencia en vista de que el clima financiero mundial es poco propicio a cualquier tipo de aventura, dedicándose en cambio a las pequeñas pero grandes cosas como sanidad, educación, transporte y cuidado de ancianos.
Consecuencia: en Westminster los conservadores están a punto de recuperar el poder, pero en Edimburgo Alex Salmond y su SNP son más populares que nunca. Y no es que Escocia sea ajena a los problemas económicos globales, más bien todo lo contrario.
Dos grandes bancos escoceses (RBS y HBOS, pilares de las finanzas del país) han tenido que ser rescatados y seminacionalizados con dinero público, poniendo en entredicho la precariedad de las cuentas de la independencia. Algunos de los modelos en que se inspiraba el discurso nacionalista de Salmond, como Irlanda e Islandia, figuran entre los países europeos en peor situación.
El proyecto independentista ha sido metido en el congelador tan sólo un par de años después de la triunfal elección del SNP al frente de un gobierno en minoría. Pero mientras en Europa muchos de los partidos en el poder van camino del matadero (especialmente el Labour de Gordon Brown) y pagan el precio de la crisis, Salmond es más popular que nunca.
Fue el gran triunfador de las últimas elecciones europeas en Escocia, y un 60% de los votantes considera buena su gestión, a pesar de que tan sólo el 25% apoya la separación del Reino Unido. "A bote pronto puede parecer paradójico, pero en el fondo es un triunfo del localismo y de la política de objetivos limitados –señala el analista Angus MacNair–.
Salmond se ha olvidado por necesidad del referéndum de independencia, utilizando los recursos del Estado para medidas con un impacto inmediato en el bolsillo del electorado como suprimir matrículas universitarias y peajes de puentes, ofrecer bonos de transporte a los jubilados y hacer que las medicinas más costosas sean gratis en la sanidad pública.
Todo lo contrario que en Inglaterra, donde las privatizaciones de Blair y Brown han elevado el coste de los servicios". Antiguamente apoyado por los gaélicoparlantes y la Iglesia presbiteriana, el SNP ha ampliado su alianza a los católicos y a los inmigrantes (recibe el voto de un 75% de los escoceses de origen asiático).
Diez años de autonomía han cambiado por completo la relación entre Escocia e Inglaterra. Los escoceses solían guardar un considerable resentimiento hacia los ingleses, mientras que los ingleses se sentían superiores y miraban a sus vecinos con indiferencia.
Ahora, a pesar de que la crisis afecta a todo el mundo, los primeros hacen gala de una notable confianza cultural y política en sí mismos –fruto de tener su Parlamento y la capacidad de decidir sobre la mayoría de los asuntos que les incumben–, mientras que los segundos han desarrollado una envidia malsana.
Tanto es así que en ciudades fronterizas como Berwick, en Northumberland, los sondeos transmiten el deseo de trasladar la frontera para disfrutar de los mismos beneficios que los escoceses. "Es injusto –se queja Claire Warwick–. La Universidad de Glasgow es gratis, mientras que la de Newcastle cuesta cinco mil euros al año.
En los hospitales escoceses hay atención gratuita para los ancianos y acceso a medicamentos que en Inglaterra sólo se consiguen a precio de oro en la privada, y encima no hay que pagar el aparcamiento". No es que los ingleses crucen el río Tweed en busca de Eldorado como los mexicanos el río Grande, pero se quejan de lo que consideran un trato discriminatorio.
De acuerdo con una fórmula elaborada en los años 70 por un ministro laborista (Joel Barnett) para repartir los ingresos del Estado, cada escocés se beneficia de 8.265 libras (9.760 euros) anuales de inversión en servicios públicos, mientras que esa cifra es de tan sólo 6.762 libras (7.985 euros) para los ingleses, una diferencia por encima del 20%.
Y encima Escocia tiene diputados en Westminster que votan sobre los asuntos de todo el Reino Unido, mientras que Inglaterra no tiene nada que decir en Holyrood. Esas cuentas de la lechera son objeto de múltiples interpretaciones según quien las haga. Y aunque es indiscutible que un escocés obtiene más dinero del Estado que un inglés, los nacionalistas estiman que esta circunstancia está ampliamente compensado con el hecho de que el Tesoro se quede con los beneficios del petróleo del mar del Norte, y que Escocia saldría ganando si pudiera administrarlos.
"Ojalá hubiéramos podido disfrutar de nuestro petróleo como Noruega, y haberlo invertido como el país nórdico –dice Salmond a La Vanguardia–. Se habla de Islandia, pero otros países pequeños como Dinamarca, Finlandia y Suecia figuran entre los menos afectados por la crisis. Y si bien Irlanda fue de los primeros en entrar en recesión, ahí quedan sus años de crecimiento económico y la rapidez del gobierno en garantizar todos los depósitos bancarios, medida imitada por Londres. No me cabe duda de que Escocia será una nación independiente".
Lo que no dice es cuándo, y el objetivo de celebrar un referéndum el año que viene ha sido reemplazado por el de conservar el poder y aumentar su raquítica mayoría de un solo escaño.
A Salmond no le faltan ideas. Le gustaría suprimir los impuestos a las pequeñas empresas, perdonar la deuda a los estudiantes, prohibir las armas nucleares en territorio escocés y expulsar a los submarinos ingleses del río Clyde, aprobar un Acta de Libertad de Información mucho más avanzada que la británica, reducir el número de niños por clase en la escuela primaria, aumentar la seguridad con más policías en las calles, crear más vivienda subvencionada para los pobres...
"Escocia tiene muchos problemas pero en estas islas sólo hay un partido progresista, y no es Labour sino el SNP", afirma McNair. Mucha gente está de acuerdo.
Consecuencia: en Westminster los conservadores están a punto de recuperar el poder, pero en Edimburgo Alex Salmond y su SNP son más populares que nunca. Y no es que Escocia sea ajena a los problemas económicos globales, más bien todo lo contrario.
Dos grandes bancos escoceses (RBS y HBOS, pilares de las finanzas del país) han tenido que ser rescatados y seminacionalizados con dinero público, poniendo en entredicho la precariedad de las cuentas de la independencia. Algunos de los modelos en que se inspiraba el discurso nacionalista de Salmond, como Irlanda e Islandia, figuran entre los países europeos en peor situación.
El proyecto independentista ha sido metido en el congelador tan sólo un par de años después de la triunfal elección del SNP al frente de un gobierno en minoría. Pero mientras en Europa muchos de los partidos en el poder van camino del matadero (especialmente el Labour de Gordon Brown) y pagan el precio de la crisis, Salmond es más popular que nunca.
Fue el gran triunfador de las últimas elecciones europeas en Escocia, y un 60% de los votantes considera buena su gestión, a pesar de que tan sólo el 25% apoya la separación del Reino Unido. "A bote pronto puede parecer paradójico, pero en el fondo es un triunfo del localismo y de la política de objetivos limitados –señala el analista Angus MacNair–.
Salmond se ha olvidado por necesidad del referéndum de independencia, utilizando los recursos del Estado para medidas con un impacto inmediato en el bolsillo del electorado como suprimir matrículas universitarias y peajes de puentes, ofrecer bonos de transporte a los jubilados y hacer que las medicinas más costosas sean gratis en la sanidad pública.
Todo lo contrario que en Inglaterra, donde las privatizaciones de Blair y Brown han elevado el coste de los servicios". Antiguamente apoyado por los gaélicoparlantes y la Iglesia presbiteriana, el SNP ha ampliado su alianza a los católicos y a los inmigrantes (recibe el voto de un 75% de los escoceses de origen asiático).
Diez años de autonomía han cambiado por completo la relación entre Escocia e Inglaterra. Los escoceses solían guardar un considerable resentimiento hacia los ingleses, mientras que los ingleses se sentían superiores y miraban a sus vecinos con indiferencia.
Ahora, a pesar de que la crisis afecta a todo el mundo, los primeros hacen gala de una notable confianza cultural y política en sí mismos –fruto de tener su Parlamento y la capacidad de decidir sobre la mayoría de los asuntos que les incumben–, mientras que los segundos han desarrollado una envidia malsana.
Tanto es así que en ciudades fronterizas como Berwick, en Northumberland, los sondeos transmiten el deseo de trasladar la frontera para disfrutar de los mismos beneficios que los escoceses. "Es injusto –se queja Claire Warwick–. La Universidad de Glasgow es gratis, mientras que la de Newcastle cuesta cinco mil euros al año.
En los hospitales escoceses hay atención gratuita para los ancianos y acceso a medicamentos que en Inglaterra sólo se consiguen a precio de oro en la privada, y encima no hay que pagar el aparcamiento". No es que los ingleses crucen el río Tweed en busca de Eldorado como los mexicanos el río Grande, pero se quejan de lo que consideran un trato discriminatorio.
De acuerdo con una fórmula elaborada en los años 70 por un ministro laborista (Joel Barnett) para repartir los ingresos del Estado, cada escocés se beneficia de 8.265 libras (9.760 euros) anuales de inversión en servicios públicos, mientras que esa cifra es de tan sólo 6.762 libras (7.985 euros) para los ingleses, una diferencia por encima del 20%.
Y encima Escocia tiene diputados en Westminster que votan sobre los asuntos de todo el Reino Unido, mientras que Inglaterra no tiene nada que decir en Holyrood. Esas cuentas de la lechera son objeto de múltiples interpretaciones según quien las haga. Y aunque es indiscutible que un escocés obtiene más dinero del Estado que un inglés, los nacionalistas estiman que esta circunstancia está ampliamente compensado con el hecho de que el Tesoro se quede con los beneficios del petróleo del mar del Norte, y que Escocia saldría ganando si pudiera administrarlos.
"Ojalá hubiéramos podido disfrutar de nuestro petróleo como Noruega, y haberlo invertido como el país nórdico –dice Salmond a La Vanguardia–. Se habla de Islandia, pero otros países pequeños como Dinamarca, Finlandia y Suecia figuran entre los menos afectados por la crisis. Y si bien Irlanda fue de los primeros en entrar en recesión, ahí quedan sus años de crecimiento económico y la rapidez del gobierno en garantizar todos los depósitos bancarios, medida imitada por Londres. No me cabe duda de que Escocia será una nación independiente".
Lo que no dice es cuándo, y el objetivo de celebrar un referéndum el año que viene ha sido reemplazado por el de conservar el poder y aumentar su raquítica mayoría de un solo escaño.
A Salmond no le faltan ideas. Le gustaría suprimir los impuestos a las pequeñas empresas, perdonar la deuda a los estudiantes, prohibir las armas nucleares en territorio escocés y expulsar a los submarinos ingleses del río Clyde, aprobar un Acta de Libertad de Información mucho más avanzada que la británica, reducir el número de niños por clase en la escuela primaria, aumentar la seguridad con más policías en las calles, crear más vivienda subvencionada para los pobres...
"Escocia tiene muchos problemas pero en estas islas sólo hay un partido progresista, y no es Labour sino el SNP", afirma McNair. Mucha gente está de acuerdo.
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