AN: difícil solución
Soledad Loaeza
A
cción Nacional atraviesa una severa crisis, cuyo desenlace es de pronóstico reservado. La mutua hostilidad que se manifiestan los dos grupos antagónicos que se han formado en las últimas semanas no tiene precedente. Ni siquiera el conflicto de 1974-1978, entre el grupo radicalizado de Efraín González Morfín, por un lado, y aquel capitaneado por José Ángel Conchello, por el otro, alcanzó el nivel de agresividad que hoy despliegan los panistas enfrentados. Los costos de ese conflicto no fueron pequeños. Primero, el PAN no logró elegir un candidato a la Presidencia de la República, y por consiguiente no participó en la elección de 1976 más que con candidatos al Congreso; y segundo, abandonaron el partido algunos de sus dirigentes más respetados. La no participación en la competencia presidencial le costó al PAN un significativo retroceso en porcentaje de votos, y la renuncia de los más destacados panistas de la época planteó el riesgo de que el partido pasara a la oscuridad. Esto no sucedió gracias al acumen político de Abel Vicencio Tovar, que supo aprovechar la reforma política de 1977 para salvar al partido del naufragio.
El contexto en el que ocurre la crisis actual no necesariamente ayuda a su solución. Por ejemplo, las redes sociales no existían en los años 70, pero hoy son un medio de comunicación instantáneo muy riesgoso para quienes reaccionan a la primera, sin detenerse un minuto a pensar en las implicaciones o consecuencias de sus dichos. Así, por ejemplo, me pregunto qué tanto contribuyó a serenar los ánimos Felipe Calderón, cuando desde Harvard tuiteó:
La ropa sucia se lava en casa, y contradictoriamente nos enteró a todos de que llamaba al orden a los panistas que estaban en el lavadero público. El Twitter ha hecho de todos nosotros unos chismosos.
Un segundo elemento del contexto que exacerba el conflicto en el seno del PAN es el Pacto por México, que se constituye de hecho en un foro paralelo al Poder Legislativo, y pretende sustituirlo en algunas de sus funciones clave: por ejemplo, ser el espacio de deliberación de las fuerzas políticas, el entorno que induce la conclusión de acuerdos entre ellas. No obstante, el pacto, a diferencia del Congreso, carece de la representatividad que, en cambio, poseen los legisladores. Lo importante en lo que a la crisis de Acción Nacional se refiere es que entre el pacto y el Legislativo se genera una competencia que exacerba las diferencias entre los senadores y el presidente del partido, Gustavo Madero. El mismo tipo de tensiones se ha manifestado en el interior del PRD.
El senador Cordero se plegó a la decisión de Madero, que lo destituyó del liderazgo de la bancada panista en el Senado; pero 23 de 34 senadores expresaron su disgusto con esa decisión y no asistieron a la elección de su sucesor. Este comportamiento pone en tela de juicio la autoridad del presidente, y lo obliga desde ahora a apoyarse en el estatuto interno del partido y en una estructura acusadamente presidencialista y centralizada. Además de nombrar o remover a los líderes de las fracciones parlamentarias, el presidente del PAN tiene amplias facultades; por ejemplo, puede revocar las decisiones de cualquier comité local o ad hoc. Es posible que esta crisis impulse una reforma estatutaria que limite las atribuciones del presidente del partido, como lo sugirió el senador Lozano. Mientras tanto, sin embargo, el presidente del partido designó coordinador de los senadores panistas a un reconocido anticalderonista, Jorge Luis Preciado. Está por verse que los rebeldes se dejen coordinar por un colega que ha hecho carrera de su oposición a Felipe Calderón, y no deja de sorprender que Madero haya tomado una decisión más cercana a la voladura de puentes que a su construcción.
El presidente del partido cuenta con el apoyo de los diputados, cuyo futuro depende de él; no obstante, tal vez no baste para compensar la oposición de senadores entre los que se encuentran algunos de los pesos pesados del panismo, por ejemplo, Javier Lozano, Roberto Gil Zuarth, Luisa María Calderón, el propio Ernesto Cordero, quienes, además, tienen el apoyo, y la representación, del ex presidente Calderón, que sigue teniendo –y tendrá– un peso particular y capacidad de influencia dentro y fuera del PAN.
La crisis del PAN es también el estallamiento de una fractura profunda que apareció hace años en el partido, que no se ha expresado todavía con claridad, pero que empieza a cobrar forma en la antinomia calderonismo/anticalderonismo. Creo que el fondo del conflicto es el futuro de la identidad de un partido que se debate entre el liberalismo y la democracia cristiana. Esta oposición la expresan las críticas de Gustavo Madero a la política económica de los gobiernos panistas, su denuncia de la pobreza como el problema número uno del país, cuyo descuido ha alejado al PAN de su verdadera vocación. Los liberales, en cambio, consideran que el liberalismo económico es el antídoto más efectivo contra el mal de todos los males, que es para ellos el intervencionismo estatal. Piensan que la transformación del país pasa por esa vía y ya no por los postulados del pensamiento católico, que, además, tiene un atractivo electoral limitado. Así que la solución de la crisis actual del partido no está fácil, porque supone una definición ideológica, y ésta puede dejar un PAN en migajas.