dimarts, de juny 04, 2013

El cine mexicano pide paso en los festivales y en las salas

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El cine mexicano pide paso en los festivales y en las salas

Los premios a dos cintas en Cannes y el éxito en taquilla de una comedia que ridiculiza a los más ricos certifican el buen momento de la industria

 México 3 JUN 2013 - 04:30 CET


El pasado domingo el cineasta mexicano Amat Escalante daba la sorpresa en el Festival de Cannes y conquistaba el premio al mejor director con Heli, un relato descarnado de la violencia en su país. El día antes, en el mismo festival, la cinta mexicana La Jaula de oro, una historia de emigrantes centroamericanos que atraviesan el país a lomas del tren ‘La Bestia’ en busca del sueño de entrar en Estados Unidos,recibía el premio al mejor reparto de la sección ‘Una cierta mirada’. Eran las dos únicas películas en español que competían en un festival especialmente devoto del cine mexicano que en los últimos siete años ha premiado, además de a Escalante, a los directores Carlos Reygadas (2011) y González Iñárritu (2006).
Muchos premios sí, pero ¿y la taquilla? Algunos exitosos directores de los últimos años se han distinguido por acaparar reconocimientos en el exterior que no se traducían en público en las salas, al menos en su propio país. Apenas 10.000 personas (uno de cada 10.000 mexicanos) se acercaron a ver Post Tenebras Lux, la película de Reygadas que deslumbró el año pasado al jurado del prestigioso festival francés. Pero hasta esa asignatura pendiente de conquistar al público de masas la ha superado esta primavera al menos una cinta, Nosotros los nobles, una divertida sátira sobre los modos absurdos y el estilo de vida de los más ricos. De cariz bastante distinto a las que habitualmente viajan a festivales, pero bien recibida por la crítica, la película de Gaz Alazraki se había convertido a mitad de mes en la más taquillera de la historia del cine nacional con más de 260 millones de pesos (20 millones de dólares) recaudados.
Nosotros los nobles es, en todo caso, la excepción. “Nuestro cine tiene una salud vigorosa, está en buena forma, y eso se ve no solo en la cantidad de películas que se producen [112 en 2012 con 67 estrenos en salas, frente a 62 estrenos de 2011 y 56 en 2010, según los datos del Instituto Mexicano de Cinematografía, IMCINE ] sino en la calidad, pero aún le falta vincularse con el público”, cuenta la periodista Mariana Linares. En eso los datos son elocuentes: aunque los estrenos estadounidenses solo constituyeron el 45% del total el año pasado, se comieron el 89% de la taquilla frente a un raquítico 4,79% que lograron las 67 películas mexicanas. Y eso es un problema, reconoce Diego Quemada-Díez, director de La Jaula de oro, ya que “el cine es un acto de comunicación y los cineastas deben pensar como llegar al público para evitar la desconexión”. Para Quemada-Díez, un asunto clave en esa escisión fue la firma de Tratado de Libre Comercio con EE UU, que situó a la producción nacional en desventaja, y la ausencia de una negociación sobre la excepción cultural.
Sin embargo, el gran problema, según coincide la práctica totalidad del sector, es la distribución, que pone a competir como en un ring de boxeo a las películas en las salas y descarta sin piedad en una semana a las que menos audiencia consiguen, lo cual impide que el boca a boca impulse a los filmes independientes. Y la prueba, según Linares, de que esos filmes menos comerciales y tan reconocidos en el extranjero podrían tener mejor suerte en la taquilla, si se les diera una oportunidad, la ofreció Después de Lucía, de Michel Franco, una historia sobre el acoso escolar galardonada el año pasado en Cannes. Cinépolis la ofreció durante una semana gratis para adolescentes y el simple boca a boca la convirtió luego en un éxito.
Jaime Romandía, director y fundador de Mantaraya, la productora de Heli, no ve tan clara esa supuesta dualidad entre “películas de festivales” y “películas que encuentran su nicho en salas”. “Heli está vendida en doce países, pero algunas muy taquilleras no se venden en ningún sitio”, recuerda. Romandía no cree que exista un “resurgimiento”o una “nueva ola” de directores, sino más bien “un mantenimiento” del momento dulce que el cine mexicano vive desde hace años. Y ante la lucha “impeleable” con las grandes distribuidoras apuesta por explorar “las nuevas plataformas que van a democratizar la exhibición”.
Hay quejas, pues, sobre la distribución, pero no tanto sobre las posibilidades de financiación. La llamada ley 226, un estímulo fiscal a los contribuyentes que apoyen la producción o postproducción de largometrajes de ficción, animación o documentales, dio un impulso clave para que surgieran nuevos directores. “Es un primer paso, no lo ataco, creo que el Estado tiene que generar identidad cultural, evitar que opere solo la ley del mercado”, cuenta Carlos Bolado, director de la recientemente estrenada Tlateloloco, verano del 68, “pero me preocupa el subsidio, habría que buscar otras fórmulas”. Bolado fue un pionero en el cine documental, un género que está produciendo obras brillantes. SuPromises fue candidata al Oscar en 2002, se convirtió en la primera cinta de este género exhibida en años en las salas mexicanas, y abrió un camino aún angosto en el que ahora triunfan títulos como ABC nunca más, sobre el incendio en una guardería en 2009.
Y en paralelo al problema de la distribución se plantea otro asunto: el estigma que para amplios sectores de la población tiene “el cine mexicano”, como si fuera un género en sí mismo compuesto de películas demasiado sofisticadas o abiertamente aburridas o simplemente malas. En este sentido, Alazraki se alegra de que su película “haya abierto el espacio en taquilla” y sirva como punta de lanza para que el público se anime a ver cintas de otros compatriotas, quizás muy distintas pero que, de otra manera, también pueden gustar a muchos. Su éxito en México ya es un hecho pero ¿puede gustar en otros países una historia enfocada en unos estereotipos tan locales? El director cuenta que en la reciente visita de Miguel Bosé, el cantante pidió una proyección para él y para su equipo. “Se reían, aunque no donde lo hacía el público mexicano. Quizá no reconocían bien los arquetipos mexicanos, pero sí otros porque la comedia puede combinar aspectos locales y universales. Y hay narrativas que trascienden las fronteras”.
¿Y qué le parece que buena parte del llamado Círculo Rojo (la élite mexicana supuestamente mejor informada) reniegue de su película y casi presuma de no haberla ido a ver? “Bueno, yo hice la película pensando en el público”, cuenta Alazraki. “Y creo que el problema de algunos filmes es que se ruedan pensando más en quedar bien con ese Círculo Rojo”.