La casa del Conde de Buenavista, una labor de amor
Por Marco Antonio Silva Barón
Orígenes
Hay ocasiones en que las
decisiones de algunos personajes dejan una huella importante y tienen una
profunda resonancia siglos después. El amor de una madre novohispana, mujer de
la elite capitalina, que deseaba heredar una posición y propiedad de privilegio
a su hijo, fue la causa de la edificación de un palacio actualmente alabado
como proyecto artístico. Dicho monumento ha sido también testigo de los cambios
y vicisitudes de nuestra nación, ya que en él moraron protagonistas del
quehacer nacional. Asimismo, cuando se convirtió en fábrica, le dio nombre e
identidad a un barrio completo, creó un punto de referencia en nuestra ciudad,
y desde hace 45 años es uno de los museos más importantes de México, ya que
alberga un valioso acervo: la colección más vasta de arte europeo y académico en
América Latina.
En Puente de
Alvarado número 50, en la Colonia Tabacalera, se encuentra una antigua casona. Fue
erigida muy cerca del lugar que ocupó la acequia que, según cuenta la
tradición, durante la Noche Triste tuvo que sortear el conquistador Pedro de
Alvarado en su escape de la ciudad de México. La segunda marquesa de Selva
Nevada, María Josefa Rodríguez de Pinillos y Gómez de Bárcena (¿-1813) la mandó
edificar para su hijo José Gutiérrez del Rivero y Pinillos y Gómez (¿-1804),
que ostentaría el título de conde de Buenavista, título nobiliario adquirido
para él, puesto que el marquesado estaba reservado exclusivamente para las
mujeres de la familia. En aquellos años, la zona, más bien rural, era conocida
como Tlaxpana.
La primera
marquesa de Selva Nevada, Antonia (1752 -?), había adquirido en 1788 un
importante solar adyacente a la calzada conocida como Ribera de San Cosme. Era
una finca enorme, que las marquesas Rodríguez de Pinillos hicieron hermosa e
imponente, la primera en su plan de enaltecer el orgullo familiar y la segunda
pensando en su José. Existía la llamada “casa chica”, espacio que actualmente
ocupa el patio cuadrado, y Tolsá habría de construir la casa del marqués, la
zona del actual patio oval. La familia hispanomexicana se posicionaba de manera
importante en la alta sociedad de su época: el Marquesado de Selva Nevada había
sido concedido mediante pago por el rey Carlos III de España a los Rodríguez de
Pinillos en 1778, abandonando así un título anterior, pero de inferior rango:
vizconde de San Miguel.
Desde 1795, la
primera marquesa, viuda, de Selva Negra había estado pensando en llevar a cabo
una ambiciosa construcción, prueba de ello es que compró terrenos adyacentes al
que ya tenía. Su familia era rica merced a la posesión de haciendas, pero ella,
con carácter e inteligencia, había acrecentado el patrimonio familiar con
muchas propiedades dentro y fuera de la ciudad de México. En 1798 la primera
marquesa decide retirarse del siglo junto a su hija Joaquina de doce años. En
ese tenor, la marquesa decidió heredar las propiedades a su descendiente más
importante: María Josefa. Sus hijas Manuela y Mariana habían profesado años
antes en San Jerónimo y su hijo Francisco ya había fallecido. María Josefa
había casado con otro señor de sociedad, José Gutiérrez del Rivero, y tenían
dos hijos, María de la Soledad y José. Una vez dueña de la situación, la II
Marquesa echa a andar entonces la idea que la hará pasar a la historia.
Se atribuye el
proyecto de construcción, realizado entre 1798 y 1805, al célebre Manuel Tolsá
(1757-1825), en virtud de sus conexiones previas con las marquesas de Selva
Nevada, además de las características arquitectónicas que relacionan el
edificio con otros trabajos en México. El famoso cronista Artemio de
Valle-Arizpe relató sobre la tarea que la marquesa encargó a Tolsá: “Le
encomendó que la hiciera con la mayor suntuosidad, y así la hizo el insuperable
valenciano, quien puso en ella todas las elegancias de su arte. La edificó en
gallardas proporciones y notable armonía de formas en que fue siempre tan hábil
y elegante.”[1]
Tolsá llegó a la Nueva España en 1791 procedente de Valencia y ejerció una
brillante carrera en los ámbitos de la arquitectura y la escultura hasta su
muerte.
La inoportuna
muerte del conde de Buenavista en 1804 malograron los planes de la abatida
María Josefa. Su hijo nunca llegó a habitar el espléndido palacio que durante
años había estado construyéndose en los espacios patrimoniales de los Pinillos.
Su hija sobreviviente, María de la Soledad, para aliviar la pesada hipoteca que
pesaba sobre su hacienda, decidió vender la casa en 1805. La operación se saldó
en 44 mil pesos.
Alejandro de
Humboldt (1769-1859), geógrafo y explorador prusiano, cuyas investigaciones
divulgaron, para bien y para mal, las riquezas y las situaciones
socio-económicas de las Américas, visitó la Nueva España entre 1803 y 1804. Conoció
la casa que nos ocupa, tal vez en 1804, y su opinión fue la siguiente:
“Varios arquitectos mexicanos…
han construido recientemente dos grandes edificios de personas principales, uno
de los cuales, que está en el barrio de
la Tlaxpana, presenta en el interior del patio un hermosísimo peristilo ovalado
y con columnas pareadas."[2]
Siglo XIX
En la zona de
la Tlaxpana, y más al sur en el área conocida como Los Potreros de la Horca y
la Verónica, se había planteado hacer un sector urbano nuevo, que solucionaría
las necesidades del Primer Imperio Mexicano, dicho barrio acomodaría palacios,
oficinas y residencias, el Barrio Imperial, pero las vicisitudes del momento
impidieron que se llevara a cabo la idea y la zona conservó su aspecto rural.
La familia
Pérez Gálvez fue propietaria del inmueble durante cuatro décadas. Siendo
ocupada por el conde Antonio Pérez Gálvez Crespo y Gómez (1772-1832), también
coronel del Regimiento Provincial. Juan de Dios Pérez Gálvez (1794-1858) y
Jorge de Pérez Gálvez y Rul (1836-?), hijo y nieto de Antonio, respectivamente,
fueron dueños de la casa. El conde Antonio se había hecho millonario merced a
la explotación de metales: era parcionero de la mina de la Valenciana, en
Guanajuato, andaluz de nacimiento, “e hijo según sus enemigos, de un carpintero
que sacaba provecho al lejano parentesco que tenía con la familia Gálvez.”[3] Casó con María Gertrudis Obregón de la
Barrera, hija del conde de la Valenciana. Tal y como era costumbre entre los
oligarcas novohispanos, compró título nobiliario, que recibió en 1805. Además
de la adquisición de la dignidad de conde, compró el cargo de comandante del
regimiento de las milicias provinciales y fue elector de la diputación de
minería.
A los condes
de Pérez Gálvez les tocó la transición del virreinato a la Independencia, y por
tanto, vivir las atribuladas décadas del siglo XIX, tan convulso en la historia
nacional. Cabe destacar en este periodo, que la casa fue sede de la primera
legación diplomática del Reino Unido en México entre 1823 y 1827, encabezada
por Sir Henry George Ward, eminente diplomático y autor del libro Mexico in 1827, un análisis de las
perspectivas económicas de la joven república, publicado en 1828 y cuya
investigación y preparación, bien pudo haber sido realizada en sus oficinas del
Palacio del Conde de Buenavista.
Entre 1840 y
1843 el inmueble fue rentado por otro personaje de la añeja aristocracia de
origen novohispano: José María Romero de Terreros, III Conde de Regla, nieto
del famoso I Duque de Regla, Pedro Romero de Terreros y Ochoa, fundador del
Sacro Real del Monte de Piedad de Ánimas, antecedente del Nacional Monte de
Piedad. Se trataba de una familia muy acaudalada, inclusive se pensaba que don
Pedro habría sido el hombre más rico del mundo durante buena parte del siglo
XVIII. Se cuenta que el Conde de Regla era poseedor de una curiosa colección de
animales raros y que parte de la casa fue utilizada como gabinete, muy del
gusto decimonónico, para la exposición de dichas curiosidades, su Wunderkammer.
Gracias a los
comentarios de la marquesa hispano-británica Frances Erskine Inglis, Madame
Calderón de la Barca (1804-1882), quien acompañó a su esposo a México en una
misión diplomática, acompañando a su marido, el Primer Ministro Plenipotenciario
de España en México entre 1839 y 1842 y que residió al lado de nuestro palacio,
en lo que es ahora la calle de Ramos Arizpe, podemos hacernos una idea del
ambiente y entorno alrededor del mismo en 1839.
“(…) A la derecha se ve un gran
edificio, con jardín y un olivar, donde estuvo la Legación Inglesa; es un
palacio, por su tamaño. (…) es una casa que nos haría felices si el propietario
quisiera alquilárnosla.”
Sobre los
“grupos de gentes” que veía desde su ventana:
“hombres de color bronceado, con
sólo una frazada encima con la que se envuelven, sosteniendo con garbo sobre
sus cabezas vasijas de barro, precisamente del color de su piel llevan (…)
dulces o blancas pirámides de grasa (mantequilla); mujeres con rebozo, de falda
corta (…) sin medias, con sucios zapatos de raso blanco (…) señores a caballo
con sillas y sarapes mexicanos; léperos holgazanes, patéticos montones de
harapos que se acercan a la ventana y piden con la voz más lastimera, pero sólo
es un falso lloriqueo.”[4]
Cabe
destacar que la relatora también consigna la existencia de otra de las
construcciones importantes que pasaba justo enfrente del palacio: el acueducto
de la Tlaxpana, eregido alrededor de 1600 y que desde los manantiales de Santa
Fe traían el agua a la ciudad. Justo en ese periodo se da cuenta que familias
acaudaladas, las Gonzaga, García, Flores, Del Río y Barroso, se habían asentado
en ambos lados de la antigua calzada de Tlacopan y del acueducto, el cual fue
finalmente demolido en 1852 por los constantes problemas de manutención que
significaba y por la mala calidad del agua que proveía.
En el verano
de 1843, la vieja casona señorial fue ocupada por uno de los personajes más
controvertidos de la historia nacional: Antonio López de Santa Anna (1794-1876).
Esto ocurrió durante la 7ª presidencia del personaje, sucedida entre marzo y
octubre del citado año. Santa Anna adquirió mobiliario y equipo para
acondicionar la vivienda a sus necesidades. Curiosamente, dentro de su
patrimonio escultórico, el actual Museo Nacional de San Carlos resguarda un
busto de Santa Anna, cuya autoría recae en Manuel Vilar (1812-1860), célebre
maestro catalán de la Academia de San Carlos de México.
Tras cuarenta
años de ser residencia de personajes notables de la vida económica, social y
política de nuestra joven república, la casa construida por la marquesa
Pinillos entró en un periodo de abandono y desuso, en gran medida debido a las
vicisitudes que vivía el país, convulsionado por una invasión extranjera y las
pugnas ideológicas entre los protagonistas de su momento. Justamente a mediados
del siglo XIX surgen los tranvías arrastrados por mulitas en la ciudad de
México. La avenida del Puente de Alvarado entonces adopta uno de sus
protagonistas principales: el transporte público, protagonista importante de la
avenida.
Es
precisamente otro personaje discutido en la historia nacional quien emerge como
protagonista de la casa. En marzo de 1864 la Excelentísima Regencia del
“Imperio Mexicano”, esto es, el gobierno conservador encabezado por Maximiliano
de Habsburgo (1832-1867) compra la residencia condal a los Pérez Gálvez,
pagando por ella 125 mil pesos. El 15 de agosto de 1864 se lleva a cabo un
suntuoso baile en los patios del edificio. En el baile se agasaja al Emperador
Maximiliano, y es el contexto en el que se conocen los próximos propietarios de
nuestra maravillosa construcción. Fue una noche espléndida y glamorosa, toda
vez que:
“desde las diez de la noche hasta
la madrugada hubo gran baile en el palacio de Buenavista” En el que la
muchedumbre se acercó a las verjas de la extensa propiedad de Buenavista para
presenciar las vistosas luces y los intricados ornamentos.[5]
Un año
después, Maximiliano regala la propiedad a Josefa Peña y Azcárate, esposa del
mariscal francés François Achille Bazaine (n. 1811). Dicho personaje es
conocido, entre otras cosas, por haber participado en la derrota de la Batalla
de Puebla y después por los múltiples conflictos con el gobernante austriaco.
Su carrera mexicana se finiquitó con una derrota ante Porfirio Díaz en Oaxaca
en 1886 y por tener que abandonar México con el resto de los ocupantes
franceses al año siguiente. Degradado por el ejército de su país tras la Guerra
Franco-Prusiana, escapa a España en 1874, donde perece en 1888 por las heridas
de un atentado. Josefa, conocida como “Pepita Peña”, nacida en 1848, apenas
tenía 17 años cuando casó con el mariscal Bazaine, de 54 cumpleaños tras de sí.
Era sobrina de Manuel Gómez Pedraza, que había sido presidente de la República
entre 1832 y 1833. Pepita regresó a México tras un periplo europeo de casi
veinte años, en vano tratando de recuperar su dote. Murió en 1890.[6]
Otra decisión
de Maximiliano de Habsburgo que afectó directamente a la actual colonia que
ocupa el otrora Palacio de Buenavista, fue la realización del llamado Paseo
Imperial, hoy Avenida de la Reforma, toda vez que su construcción, realizada
entre 1864 y 1866, delimitó el barrio en el que se asienta: a saber: Puente de
Alvarado, vía de origen prehispánico, la calle de Rosales, de origen colonial,
el camino de fierro para Tacubaya (actual Insurgentes Norte) y el paseo del
Emperador, decimonónicos.
Tras el
abandono de la propiedad por el exilio forzado de sus ocupantes, el Estado
republicano toma posesión del edificio y lo vende en 1867 al General José Rincón
Gallardo, notable político y militar liberal, que se había exiliado
temporalmente en los Estados Unidos, al rechazar dar cualquier tipo de apoyo al
gobierno injerencista. Así para saldar una deuda con el gobierno juarista
recibe la casa.
En 1871, no
obstante, la casa de Rincón Gallardo fue vendida a la familia Iturbe, que hacia
el último tercio del siglo XIX se distinguió por su riqueza amasada gracias a
las haciendas. Francisco de Iturbe y del Villar (1842--?) recibió la vieja
casona, gracias a la herencia de su padre, Francisco María de Iturbe y Anciola
(1809-1861), señorón que había destacado como constituyente en 1856, así como
alcalde de Tacubaya, gobernador del Estado de México y ministro de Hacienda. La
herencia de los Iturbe era espectacular, ya que además de la casa del Conde de
Buenavista, adquirieron sendas casas de los condes de Orizaba y del conde de
Miravalle, en la ciudad de México. La familia Iturbe fue la poseedora del
palacio hasta los años treinta del siglo XX, cabe destacar que dicha familia está
ligada a la afamada casa ducal española de Medinaceli. Uno de los descendientes
de la familia Iturbe es el príncipe Hubertus von Hohelohe-Langenburg (n. 1959),
atleta alpino que ha representado a México en cinco ediciones de los Juegos Olímpicos
de Invierno, no obstante, acaso la descendiente más ilustre de los Iturbe es la
escritora Elena Poniatowska (n. 1932), tataratataranieta de Iturbe y del
Villar.
Hacia finales
del siglo XIX, el viejo barrio de Tlaxpana era una zona de clase alta y que
además, disfrutaba de entretenimientos propios de su clase. Muy cerca de
nuestra casa condal se encontraban varios tívolis, incluido el más famoso, el
Tívoli del Eliseo, que se documenta en Puente de Alvarado 33, ocupando un gran
espacio delimitado por la actual calle de Emparán, Avenida de la República y
Rosales. Los tívolis eran espaciosos jardines, dentro de los cuales había
regularmente casonas, que servían de restaurantes de alta alcurnia, y que
además se alquilaban para grandes fiestas y relajos. Esta añeja tradición, hoy
un poco más democrática, se perpetúa en las bodas en jardines o salones al aire
libre.
En el actual
cruce de Jesús Terán sobre Puente de Alvarado, quedaba acaso el último
remanente prehispánico y colonial de la calzada: la acequia llamada Salto del
Agua, donde precisamente se erigía el famoso puente. Dicho paisaje desapareció
para siempre en 1873, cuando entró en funcionamiento la línea de ferrocarril, y
el tramo allí localizado exigió el final de la afamada acequia.
Desde mediados
del siglo XIX estaba en el aire realizar una Exposición Universal, y en 1878-79
casi se concretó el proyecto. Para 1880 se había planteado una gran exhibición,
cuyo palacio principal se planteaba en los terrenos de la entonces Calle del
Ejido, que actualmente ocupa la Plaza de la República. Lo único que en realidad
se alcanzó a hacer fue abrir una nueva calle, la Calle de la Exposición, hoy
Ponciano Arriaga.
Siglo XX
Con el ocaso del siglo XIX cambió
permanentemente la función de la antigua mansión de Buenavista. Los Iturbe
arrendaron el edificio a una empresa mexicana, la Tabacalera Mexicana Basagoiti
Zaldo y Compañía, que fincó su fábrica y oficinas en Puente de Alvarado 50. La
empresa, cuyos socios capitalistas provenían de familias de origen vasco, había
formado en 1898 una sociedad y al año siguiente, la empresa cigarrera, en ella
participaban los emprendedores Antonio Basagoiti Arteta (n. 1848), los hermanos
Zaldo y la familia Solana Barreneche y Compañía. Con la transformación de la
casa y el crecimiento de la mancha urbana, la zona deja de ser rural para
convertirse en una colonia, la Tabacalera, que junto al edificio comienzan a
ser conocidos como tales en 1899. Vale la pena señalar que Basagoiti fue uno de los empresarios más
importantes en México a finales del siglo XIX y fundador en 1900 de la Compañía
Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, importante empresa regia que floreció
durante 60 años. Una de las razones principales por las que se escogió la añeja
mansión condal como sede de la Tabacalera obedeció a la logística: se
encontraba cerquísima de la estación de Buenavista, además de otras, lo que
favorecía la llegada del tabaco, procedente de Nayarit, Veracruz y Oaxaca,
asimismo, se podían abastecer los mercados foráneos gracias al mismo
transporte.
Merced a La
Tabacalera, la colonia pierde definitivamente su aire elitista, toda vez que,
según como estaba de moda en las ideas empresariales de entonces, se pretendía
que en torno a la factoría se desarrollara vivienda para obreros, empleados
administrativos y directivos, siguiendo ejemplos exitosos en otros lados. En
efecto, hubo movimiento de empleados a la colonia, pero el proyecto no logró
concretarse del todo.
La casa,
merced a su ocupación por la empresa vasco-mexicana, vuelve a tener fuertes
lazos con familias de origen español; acaso el paisanaje contribuyó a convencer
a los dueños, también de proveniencia vasca, a arrendar la propiedad a la
Tabacalera. Cabe destacar que las Iturbe, Dolores Atristain, Vda. de Iturbe,
(n. 1844) y su heredera, su hija María de los Dolores Iturbe y Béistegui (n.
1869) dan pie al fraccionamiento de parte de la antigua propiedad. La vasta
huerta pierde gran parte de su extensión, debido a que es adquirida por el
gobierno como parte del proyecto de los terrenos del prospectivo Palacio
Legislativo, que nunca se culminó.
La Tabacalera
Mexicana es testigo tanto de la transformación a un entorno urbano de la
colonia que engendró, así como de los múltiples cambios y reconstrucciones a
las que fue sometida la avenida Puente de Alvarado, que pasó de ser parte de
una angosta calzada, a una amplia avenida que conecta con la zona antigua de la
ciudad de México. La Tabacalera Mexicana generó también que la nueva colonia
tuviera una intensa actividad económica, toda vez que empleados, proveedores y
compradores se acostumbraron a pasar por sus puertas. Entre 1912 y 1950 se
abrieron nuevas calles, que dieron a la Tabacalera la fisonomía que conserva
hasta el día de hoy.
El cambio
perenne es la característica de todas las cosas, y así la Tabacalera Mexicana
modificó sustancialmente la fisonomía del edificio para adaptarlo a sus
necesidades. A pesar de los estragos de
la Revolución Mexicana, en 1914 la
empresa realizó un ambicioso plan de adecuación del inmueble, ejecutado por
Estanislao Suárez, que amplió, reconstruyó y modificó la zona de la vetusta
“casa chica”, además de otras alteraciones. Dicho arquitecto destacó
posteriormente por ser el constructor del primer aeropuerto de la ciudad de
México (1925) y por los proyectos que dirigió para la Secretaría de
Comunicaciones y Obras Públicas, entre ellos, la construcción del anexo de la
Escuela Nacional Preparatoria (Antiguo Colegio de San Ildefonso). Otro cambio
que afectó profundamente al edificio fue la clausura del patio oval, que fue
cubierto tanto en el primer piso como el techo, de tal manera que se
construyeron dos pisos nuevos de planta libre, de tal manera que se albergara allí
tanto maquinaria como oficinas. Con dicho cambio, el patio oval desapareció
durante casi medio siglo.
Al trascurrir
el tiempo, nuestro añeja mansión fue testigo del surgimiento de otros íconos de
su colonia: el Monumento a la Revolución en la Plaza de la República, obra de
Carlos Obregón Santacilia, y el Frontón México, de Teodoro Kinhard, que durante
décadas fue el punto de congregación de los pelotaris capitalinos. Un personaje
vital de la cultura contemporánea mexicana, y gran cronista de los asuntos de
la ciudad de México, Carlos Monsiváis, nació en la Tabacalera, en la calle de
Rosales, en 1938. Asimismo, la esquina de Paseo de la Reforma y Rosales es el
punto de partida de La región más
transparente (1958), de Carlos Fuentes.
Durante los
siguientes treinta años floreció la Tabacalera Mexicana. No obstante, la
empresa abandona su fábrica de la avenida Puente de Alvarado en 1932, debido a
una crisis con sus obreros. La compañía se mudó a Toluca para luego ser reestructurada
en los años sesenta, convirtiéndose en otra diferente a aquella fundada por
Basagoiti y sus socios. La propiedad de Puente de Alvarado 50, tras dictamen de
la Comisión de Monumentos y Bellezas Naturales, fue declarada Monumento
Nacional, y el 26 de febrero de 1932 el propietario fue informado de ello. Esta
fecha es importante, ya que acusa el cambio de mentalidad de la época, puesto
que la casa del marqués de Buenavista pasó de ser un edificio antiguo, viejo, o
depositario de anécdotas, a un bien de valor histórico y artístico, cuya
preservación era algo deseable. Justo en esta época se reivindica teórica y
estéticamente gran parte del arte nacional, y el edificio objeto de esta
narración no es ajeno a ello.
En 1933 el
edificio es rentado por otro conspicuo protagonista de la Colonia Tabacalera:
la Lotería Nacional, institución que nunca más abandonaría el barrio, toda vez
que en 1945 se mudó a su sede actual en Paseo de la Reforma #1, en el edificio
conocido con “El Moro”, importante ejemplo del Art Decó en nuestro país.
Tenemos
noticia que la Sra. Iturbe y Béistegui fraccionó en 1937 los últimos terrenos
que le pertenecían aledaños al palacio, y con ello ciñó definitivamente el
espacio que ocupa la propiedad otrora conocida como casa del Conde de
Buenavista, Casa Pinillos o Casa de Selva Nevada. Asimismo, en 1939, Agustín
von Schulzenberg compra el lote, convirtiéndose con ello en el último
particular propietario del palacio. El nuevo propietario era conocido en los
círculos culturales y literarios del país, era empresario y amigo cercano de
José Vasconcelos. El edificio lo destinó a oficinas.
Otra
dependencia gubernamental que llegó al antiguo palacio fue la Secretaría de
Comunicaciones y Obras Públicas, que arrendó el lugar al señor Schulzenberg para
asentar allí oficinas en 1946, específicamente de la Dirección de Aduanas. La
Beneficencia Pública del Distrito Federal toma posesión del inmueble en 1953,
tras la muerte del dueño, por lo que el edificio es por primera vez propiedad
del Gobierno Federal.
El periodo
comprendido entre marzo de 1958 y marzo
de 1965 es particularmente interesante, ya que el edificio es sede de la
Escuela Nacional Preparatoria, plantel nº 4, de la UNAM. En sus aulas dieron
cátedra personajes como Margo Glantz (Estética), Jaime Labastida (Filosofía), y
José Muñoz Cota (Historia Universal y Oratoria), a quien los egresados de
aquellos años recuerdan con mucho amor y respeto. La prepa significó un
importante flujo de jóvenes a la colonia, que en sus ratos libres conversaban, jugaban
o descansaban plácidamente en el jardín, que llamaban del Edén, que acudían a
ver los eventos del Frontón México o que deambulaban de la mano con los amores de
juventud entre las antiguas calles del barrio.
Precisamente
el jardín que se encuentra entre las calles de Ramos Arizpe e Ignacio Mariscal
es el remanente de aquella antigua huerta de la señora Rodríguez de Pinillos,
que llegaba hasta lo que es actualmente la Plaza de la República. De hecho, el
acceso principal a la casa en el siglo XIX era precisamente por esa zona. Es un
hecho dichoso que la vieja residencia haya conservado parte de su espacio
verde, puesto que la vasta mayoría de las casonas y los palacetes antiguos de
la ciudad lo perdieron. El Jardín Buenaventura, como se llama actualmente,
también provee a la colonia de un espíritu revolucionario, toda vez que hoy en
día lo engalanan sendas esculturas del ‘Ché’ Guevara y Julio Antonio Mella.
Museo de San Carlos
En 1965 comienza a gestarse el
siguiente gran avatar de la antigua casa de la Tabacalera. El antiguo palacio
condal fue asignado a la Secretaría de Salubridad y Asistencia, con miras a ser
adaptado para acoger la Escuela de Salud Pública. Con ello se inició un
ambicioso proyecto restaurador que intentó dotar al edificio de un aspecto lo
más cercano posible al proyecto original. Los trabajos tuvieron como protagonistas a la
profesora Alicia Grovet, como asesora histórica, el restaurador Jorge L.
Medellín como consejero y a los arquitectos Joaquín Álvarez Ordoñez, Manuel de
la Sierra e Hilario Galguera III como ejecutores del plan general de
rehabilitación. La comisión constructora de la antedicha secretaría recibió una
alabanza general una vez que se dieron por concluidos los trabajos en octubre
de 1965. No obstante la selección previa del inmueble para albergar la futura
escuela de la Secretaría de Salud, se cambió la decisión y fue otorgado al
Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de 1968 para congregarse allí.
Empero, esa decisión también fue efímera.
La década de
los sesenta fue un periodo de intensa actividad para la museología mexicana,
tan solo en 1964 fueron inaugurados el Museo Nacional de Antropología, el Museo
de Arte Moderno, el Museo de Historia Natural y el Museo Nacional del
Virreinato. En tan auspicioso entorno, es que se gestó la creación del Museo de
San Carlos. En 1966, Adolfo López Mateos, quien realizaba labores preliminares
para la organización de la olimpiada, a la vez que fungía como Presidente del
Patronato del Museo de San Carlos, tuvo la idea de sugerir al presidente
Gustavo Díaz Ordaz, que el otrora Palacio de Buenavista, que recientemente
había recuperado su esplendor, era un lugar más propicio para hacer un museo
que para albergar las oficinas olímpicas. El Museo de San Carlos era conocido
de antaño, pero se encontraba en las añejas instalaciones de Academia 22,
asimismo su colección había peregrinado por otras sedes, como el Palacio de
Bellas Artes. López Mateos entonces sugirió que dicho museo se trasladara al
inmueble de Puente de Alvarado 50, para resguardar primordialmente el acervo
europeo del INBA.
Díaz Ordaz
accedió a la recomendación de su antecesor, y en 1966 cedió el edificio a la
Secretaría de Educación Pública, que a su vez lo adjudicó al Instituto Nacional
de Bellas Artes. De esta manera, el 14 de marzo de 1967 se publicó el Decreto
Presidencial en el que se consigna la función del renovado palacio para ser
sede de los acervos europeos y académicos del Instituto. La inauguración del
Museo de San Carlos se efectuó el miércoles 12 de junio de 1968, con la
presencia de Gustavo Díaz Ordaz, Agustín Yáñez, secretario de Educación
Pública, José Luis Martínez, director del INBA, Enrique Gual, director del
Museo, y los miembros del Patronato. Se decidió que el Museo de San Carlos
compartiera el edificio con la Academia de Artes, que hasta el día de hoy acoge
a distinguidos estudiosos y artífices.
Entre 1976 y
1990 existió un terreno baldío contiguo al museo, en la calle Ramos Arizpe,
dicho terreno había sido ocupado por propiedades privadas desde el siglo XIX
hasta su demolición final. En 1989 comenzó la gestión del espacio, misma que se
completó poco después, y que hizo que el museo se ampliare. El proyecto de José
Luis Benlliure y Juan Urquiaga, ejecutado por Héctor Mestre, dio como resultado
la edificación de un nuevo auditorio, una biblioteca y varias oficinas,
inaugurados en 1990.
En 1994,
mediante Decreto Presidencial del 18 de octubre, accedió a la categoría de
Nacional, por lo que desde ese momento es conocido como Museo Nacional de San
Carlos.
Sendas
ampliaciones ocurrieron en 1996 y 2003, cuando se amplió el taller de Servicios
Educativos y la construcción del taller de museografía, respectivamente.
Finalmente, en 2008 y 2012 el inmueble fue restaurado, primero en su fachada y
algunas dependencias, y el año pasado, con una importante rehabilitación de
cantera en las escaleras principales, laterales, ornamentos y ventanas.
Asimismo se habilitó una nueva sala de exhibiciones en una dependencia
previamente inutilizada, la Sala Roja.
Actualmente,
el Museo Nacional de San Carlos honra su misión de promover y divulgar su noble
colección, además de que intenta ser un espacio relevante para el siglo XXI
mediante la realización de propuestas curatoriales y museográficas audaces,
además de potentes servicios educativos que buscan mediante lo contemporáneo
realzar lo antiguo y redescubrir su importancia y trascendencia para el
visitante de hoy.
María Josefa
Rodríguez de Pinillos construyó con ambición y abundantes recursos económicos
una gran propiedad, en la que tal vez fijó todas sus esperanzas, para perpetuar
la nombradía de su distinguida estirpe, aunque desgraciadamente para ella, las
cosas no salieron de acuerdo al plan. No obstante la congoja de su pérdida
moral, hoy en día podemos regocijarnos en la visión de la marquesa, de quien
hemos heredado un monumento que ahora es patrimonio de todos los mexicanos y
que acoge un ilustre acervo que será admirado por muchas generaciones.
Bibliografía
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General de Ediciones, 1954.
NOTAS
NOTAS
[1]
Artemio de Valle Arizpe, Por la vieja
calzada de Tlacopan, México, General de Ediciones, 1954, p. 224-225.
[2]
Alejandro de Humboldt, Ensayo Político
sobre el Reino de la Nueva España. Tomo II, Libro Tercero, Capítulo VIII,
México, Editorial Pedro Robredo, 1941, p. 194.
[3]
Consignado en José Antonio Serrano Ortega, Jerarquía
territorial y transición política: Guanajuato, 1790-1836, Zamora, México,
El Colegio de Michoacán, Instituto de Investigaciones Dr. José Ma. Luis Mora,
2001, p. 55.
[4]
Madame Calderón de la Barca, La vida en
México durante una residencia de dos años en ese país, México, Porrúa,
2010, p. 46.
[5]
José Luis Blasio, Maximiliano íntimo. El
emperador Maximiliano y su corte. Memorias de un secretario, México, UNAM,
1996, p. 64.
[6]
J.M. Miquel i Verges, “Pepita Peña y la caída de Bazaine”, en Historia Mexicana, 44, vol. XI, nº 4,
Revista Trimestral Publicada por El Colegio de México, México, 1962, pp.
546-572.
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