divendres, de maig 05, 2006

México en 2006, 2a. parte

LA SOCIEDAD VISTA A TRAVÉS DE SU CULTURA VISUAL
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La televisión mexicana tiene como protagonista principal a su barra de telenovelas, mismas que abundan en las dos cadenas más importantes, Televisa y Televisión Azteca. Dichos programas tienen como eje motriz un tema principal: el amor. El amor entendido como una entrega a los sentimientos más puros y como motivador de todas las actividades humanas. Los escritores de las telenovelas se basan en una serie de arquetipos: el héroe, la heroína, la hija pródiga, la malvada, el cruel, etcétera, pero el arquetipo dominante es uno: el mito de cenicienta, la mujer que tras múltiples sufrimientos llega a la felicidad con un príncipe azul. Mujeres y hombres de todas las capas sociales consumen las emisiones de telenovela, y la maquinaria publicitaria de las televisoras convierten sus frivolidades en acontecimientos nacionales.

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Hoy en día se producen también seriados que intentan innovar o salirse un tanto del paradigma de ensimismamiento que otrora dominaba en todas las telenovelas. Dichas innovaciones se basan en situarlas en contextos aparentemente más realistas, con historias que invocan a eventos o problemáticas de la vida nacional o con la presencia de personajes menos estereotipados. De cualquier manera, la telenovela mexicana pareciera que promueve los valores tradicionales: el amor, la pureza, la decencia, la estirpe, la sencillez, las emociones y la tradición, mas al mismo tiempo parece que más bien presenta todos sus opuestos: el odio, la venganza, la gula, la promiscuidad, la bastardía, lo frío y lo calculador, el trepadurismo social, la ostentación y la corrupción. Si bien hay un ligero cambio, el formato de la telenovela mexicana da la impresión de estar filmado en Noruega, Suecia o Dinamarca. Los protagonistas ostentan lechosas pieles pálidas y blondas cabelleras dignas de las rubias valquirias de Wagner, así como tonalidades del verde al azul intenso en los ojos. La servidumbre, los villanos o los personajes que aludieran a cualquier subversión o trasgresión nos recuerdan que el programa es en efecto grabado en México.
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Dudamos que la intención de la televisión mexicana sea eminentemente racista, pero el fenómeno bien nos habla de los paradigmas visuales de los que miran la televisión, de los mexicanos. Sin duda alguna, la Nueva España se resiste a morir, por lo menos visualmente. Los blancos y rubios son el paradigma de belleza. Las televisoras tienen estudiados a sus públicos, especialmente, lo que les agrada ver. Estamos convencidos de que los telespectadores disfrutan más de la belleza, arquetípica, canónica e impuesta de una piel blanca y sus ojos verdes o azules que el color mismo, el oscuro. Hace casi cinco siglos aprendieron los nativos de este continente que la belleza es europea, y a pesar de los discursos integristas, y ciertamente de los muchos avances que ha habido en la materia, en su psique, el telespectador mexicano no ha superado su conquista estética. Empero, la mencionada situación es desestabilizada con mayor frecuencia, en virtud de que en las televisoras mexicanas se observan cada día más tipos afines a lo que se ve en la calle.
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Pintura de castas. La esterotipación racial-social de la sociedad mexicana, muy enraizada en su psique.
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La cultura visual en el 2006 nos ofrece toda una serie de mensajes visuales, con su discurso correspondiente. En el contexto de lo políticamente correcto, se dice que todos somos iguales, que hay una persona hermosa en cada uno (o por lo menos en su interior) y que la equidad entre los sexos y los géneros debería ser mayor cada día. Pero los mensajes de la cultura visual parecen promover todo lo contrario, no todos somos iguales, hay quienes pueden vestir la marca X y los demás tienen que comprar en el supermercado, el estatus de muchos individuos se basa en tres cosas: la identificación étnica (blanco, de origen y apellido europeo), el auto que se conduce, la zona en qué se vive y el número de gadgets que se tienen. Si uno no es hijodealgo o prominente en el medio en el cual se desenvuelve (la academia, los empresarios, la profesión, etc) se puede ser algo más, un plus, en la sociedad, en la calle, mediante el uso semiótico de la indumentaria y los accesorios.
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Asimismo, la cultura visual contemporánea, sobre todo la poderosa televisión, busca tener a los espectadores en un estado de paroxismo permanente. De acuerdo con los estudios de preferencias en programación, son las telenovelas y los partidos de fútbol las ocasiones en que el público se engancha más al aparato aludido. El fútbol es sin duda amor y señor de los deportes en México, sin competencia conocida. La televisión posiciona a dicha práctica, sus equipos, jugadores, federativos, y por supuesto, empresarios, como personajes de primera línea del quehacer nacional. Son múltiples los medios que dedican horas, talento y tecnología al estudio del fútbol. Los analistas de dicha actividad son personajes cuya opinión merece titulares en todos los medios. Las televisoras asimismo discursan sobre el fútbol como un asunto de orgullo nacional, como una parte inalienable de la entidad y el ser patriótico. Se ha dado el caso de que los apasionados comentaristas deportivos hacen servir desgarradoras descalificaciones en contra de los que opinan que el fútbol es solo eso, fútbol. Las disputas de los equipos de la liga nacional, así como los encuentros de la selección nacional son asumidos con una seriedad y grandilocuencia avasallantes.
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La mercadotecnia es la consorte fiel del producto al cual hacemos referencia: abundan en todos los niveles de interés del mercado los productos futbolísticos, incluso la Universidad Nacional Autónoma de México se ha posicionado en este rubro, toda vez que tiene un control, voz y voto en el manejo mercadológico de su equipo local, tomando en consideración que dicha institución recibe generosos ingresos por la actividad meramente económica de su equipo. Empero, a pesar de la importancia que ha cobrado a nivel local que el balompié, a nivel mundial es totalmente irrelevante. Son un puñado los jugadores mexicanos que juegan en las ligas de los países importantes, y los resultados hasta 2006 de la llamada “selección nacional” muestran que se trata más bien de un equipo discreto, primerrondista y en ocasiones, torpe.
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El balompié y las telenovelas, opios nacionales, conectan al espectador con sus emociones más básicas, inclusive con los instintos animales. Nos atrevemos a decir que son un producto congruente con el nivel educativo del país, además de ser representantes fieles de lo que los teóricos llaman la posmodernidad: en su esencia, ambos fenómenos no son más que vacuidad.
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La cultura visual del 2006 también nos presenta situaciones contrastantes y chocantes una a la otra, por un lado, los medios de comunicación, en su afán de ganarse a la audiencia mediante el sentimentalismo, el emocionalismo y la ñoñez, gustan de posicionarse como un medio en el cual los católicos pueden ver reflejada su fe. Las afirmaciones, declaraciones y opiniones del clero merecen aparecer en los noticiarios, las fechas más simbólicas del cristianismo mexicano son ocasión en que se transmiten emocionadas películas de talante católico, también, se invita a ministros religiosos a que hablen y exhorten mensajes a la población. En fin, pareciera que los medios están firmemente del lado de la iglesia y del mensaje cristiano.
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Al mismo tiempo, las grandes editoriales que publican panegíricos católicos, tienen su sección de pornografía. La televisión por su parte, no pierde tiempo en presentar como un objeto a la mujer en sus múltiples programas. Empresas como Televisa, en su red de canales públicos se abstiene de desnudar totalmente en sus emisiones, mas en su filial de televisión de paga, Cablevisión, hay una miríada de opciones para acceder a canales y programas pornográficos.
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La pornografía es un producto de primera importancia: se vende en más del 90% de los establecimientos dedicados a las publicaciones, las llamadas sex shops, pequeños supermercados de productos sexuales, ahora abundan en las grandes ciudades. El fenómeno de la piratería, muy grave en tanto cantidad, no moraliza en lo que respecta al producto a vender: son millones los discos compactos que diariamente circulan y se venden de material pornográfico.
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Por un lado, la creciente presencia de la pornografía es contemporánea al aumento del tema del sexo como eso, como un tema de discusión. Instituciones públicas y privadas, comercios y los medios de comunicación hablan ya muy abiertamente de temas sexuales, cosa inexistente en la década pasada. Por un lado, el tópico del sexo puede ayudar a la sociedad a tener conductas más sanas, en virtud de que la sexualidad ya no está escondida, por lo que hay cada vez hay más posibilidades y maneras de expresar la propia, empero, el peligro tal vez es que la mercadotecnia, en su fan de vender sin mirar las consecuencias, esté inventando al sexo del siglo XXI. O explicando mejor, una cosa es vender teléfonos celulares, meros objetos inanimados sujetos a la voluntad de quien los desee manipular, y otra cosa es vender sexo, el cual no puede desligarse de la carne y de los cuerpos de entes que sí existen. El teléfono móvil es un objeto, y en el negocio del sexo, el cuerpo parece que también lo es y ahí radica su mayor peligro.
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CONTINUARÁ