Regresé a la ciudad de México el pasado viernes, y encontré la capital bastante tranquila y despejada, con un glorioso cielo azul y sorprendentemente limpio. Casi sentí una profunda satisfacción de estar de vuelta. Las cosas en casa están como regularmente están, en caos y tendientes al melodrama, así que no había gran novedad. El país, bueno, como ha estado todo el año, sumido en la ignominia. También me van y vienen ataques de angustia por la pesada carga de trabajo que ahora tengo sobre mis espaldas. No me he ido de vacaciones en el mejor momento, pero pues, no había otro momento. Habrá que hacer de tripas corazón y fajarse los pantalones, porque la cosa viene dura, en fin. Ya veremos.
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