Carlos Monsiváis
11 de marzo de 2007
N otas sobre la campaña me diática de los primeros 100 días del gobierno de Calderón, o de cualquier otro régimen, administración federal o como se le dé en llamar.
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Los símbolos y las realidades. Es muy reciente la estrategia de concentrar en 100 días el destino o la suerte de un sexenio. La maniobra es transparente: impresiona con rapidez y vencerás, y el esquema, típico de la política estadounidense, aparece en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, obsesionado con la mercadotecnia que es publicidad y es manejo de conciencias y es la operación que busca hacer de los ciudadanos clientes adictos...
¡Ah, los primeros días de Carlos Salinas, ese tiempo tan primitivo en materia de "guerra sucia" en los medios electrónicos, cuando un político aún creía ser el giant killer, y se emocionaba hasta las lágrimas al oír los elogios que había ordenado horas antes. ¡Ah, los 100 días de Salinas y de los intelectuales independientes y críticos que lo alababan!
Enero de 1989. Según los rumores, los cuerpos de seguridad en Tampico, la casa del líder petrolero Joaquín Hernández Galicia, y la energía del nuevo mandatario convencen a los todavía creyentes del presidencialismo. Salinas identifica progreso con privatizaciones y patrocina a muy alto costo las atmósferas del triunfalismo. Así, por ejemplo, se decide que quien no reverencie su proyecto es un born loser, un fracasado desde la cuna; se busca extirpar cualquier certidumbre del fraude electoral del 6 de julio de 1988, tarea inútil porque desde esa fecha a 2007, con vigor creciente, no hay duda: en 1988 perdió el PRI, y si esto no modifica la historia sí ridiculiza a los "testigos de calidad" de la victoria arrolladora de Salinas.
El salinismo negocia con la Iglesia católica (abolición de trabas constitucionales a cambio de crédito devocional), pacta en lo oscurito (el único sitio donde en rigor se pacta) con la derecha partidista, y le garantiza todo al sistema financiero internacional y a los empresarios mexicanos: "Y entonces, gracias a Dios, llegó Salinas", exclama Emilio Azcárraga Milmo. También, y allí el estadista resulta organizador de tours sociales, culturales, históricos, Salinas es vidente: el 1 de enero del año 2000, les promete a los jóvenes de la revista Eres: "México estará en el primer mundo...".
No hay debate: la campaña de los primeros 100 días de Salinas es un derroche lamentable y una intrépida contribución al olvido: "Roma no se hizo en 100 días". Nada queda de las mentiras grotescas y las bravuconadas, y la "solidaridad" que modificaría "de raíz" la sicología nacional resulta ser lo previsible: un canje desigual que se impone a la fuerza: "Tú construyes la escuela y la carreterita y te damos crédito o promesas".
Una vez más avasallan la burocracia y la corrupción, y las pirotecnias de los 100 días, al extinguirse en el día 101 ó 102, le abren paso a la represión (los 400 ó 500 perredistas asesinados entre 1989 y 1992), a la privatización salvaje, al Tratado de Libre Comercio al gusto de los empresarios estadounidenses a las alianzas inescrupulosas con el PAN, a los despilfarros, los viajes abigarrados y costosos en pos del liderazgo mundial de Salinas, tan esperpéntico como se oye. ¿Queda siquiera un minuto de esos 100 días?
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A Ernesto Zedillo le da flojera atender los impulsos de su gobierno o, tal vez, se preocupa en demasía por la identidad de Rafael Sebastián Guillén Vicente en Tampico y en la Lacandona. Su mercadotecnia es desganada, y muy dedicada a un solo individuo, el superasesor que es por lo pronto el presidente de la República.
Y Vicente Fox no le concede importancia a tristes y menesterosos 100 días. Acudo a su habla: si está Juan Camaney (él mismo), vale queso andar de cuentachiles con las campañas publicitarias, él ocupa los cuartos y los caserones de la mercadotecnia y no divide el tiempo en días o meses; de hecho, nunca percibe que si hay un principio también hay un final. Chitón. ¿Quién lo dijera? En algún lugar de sus espaciosas meditaciones de 2007, Fox se prepara para sus primeros 100 días de 2000 y 2001.
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¿Por qué concederle tanta importancia a un periodo algo mayor de tres meses? Pesa obviamente la superstición: nunca hay que empezar con el pie izquierdo; el que pega o paga primero, paga dos veces.
Y en el gobierno actual se han querido aplastar las dudas electorales con el mero paso de los días: el desgaste es el equivalente político del carajo, y al que no es dueño del presupuesto ni quien le haga caso. Así que los 100 días se consideran un reparto nacional del olvido.
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Todo en la campaña de los 100 días es y sólo puede ser mediático: la prisa por convencer a todos, la desaparición por decreto de AMLO en el panorama informativo, el éxito sin precedentes de las campañas de cualquier índole, incluso el éxito sin precedentes del éxito sin precedentes.
Luego de 2006 hay cansancio en todas partes, disminuye el impulso de la resistencia y pierden su ebullición las campañas de odio contra los nacos pejistas. Pero la economía, por razones subversivas, no le hace caso a la prosperidad que anuncia el nuevo sexenio, y el alza de la tortilla y el proceso de inmenso deterioro de la economía popular se escapan de la cárcel diamantina de la mercadotecnia, mientras los casi dos pesos de generosísimo aumento al salario mínimo no subyugan a los trabajadores, tan ingratos.
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La extrema derecha prosigue en el éxtasis donde se funden la mística con la ebriedad del poder. Las violaciones feroces a los derechos humanos en Oaxaca y Atenco, para citar dos casos límite, no suscitan mayor respuesta de la sociedad civil, y de este paréntesis de la indignación moral alguna culpa le cabe a las arbitrariedades y desmesuras de grupos y activistas en Atenco y Oaxaca. No hay sino una moraleja: los que exigen respeto a los derechos humanos y civiles deben respetarlos también, no por táctica sino por convicción. De cualquier manera es aberrante, y selecciono con cuidado la palabra, los desmanes y el salvajismo de la represión gubernamental, lo que debería tomarse en cuenta en el recuento de estos días.
La defensa de los derechos humanos es uno de los temas primordiales de la República, y al respecto, con las limitaciones del caso, no cabe minimizar la resolución de la Suprema Corte de Justicia que otorgó el amparo a varios militares cesados por su condición de VIH.
Si los gobiernos en los partidos políticos sólo pueden entregar cuentas mercadotécnicas al desaparecer los milagros de las ofertas de temporada, los avances de la sociedad civil o de los grupos que a ella pertenecen son innegables. Y a este respecto es notable la lección de intolerancia, pobreza argumentativa y confusión mediática ofrecida por tres ministros de la Suprema Corte de Justicia: Salvador Aguirre Anguiano, Mariano Azuela Güitrón y Genaro Góngora Pimentel, empecinados en negar y cancelar los derechos de los militares infectados. Cito a Aguirre Anguiano, que exhibe su cultura fílmica (ignoro de las dos versiones de Pantaleón y las visitadoras que había visto):
"No sé si existen todavía los ´pantaleones´, pero sí existen todavía ´las visitadoras´. Seguirán existiendo y estarán próximas las visitadoras a los cuarteles y, como la Constitución me obliga a no discriminar, a lo mejor también habló de ´visitadores´".
La rabieta nunca reemplaza al ingenio, y de un ministro de la Suprema Corte uno esperaría que su noción de los derechos humanos no se desprendiese de una mala lectura de las zonas homófobas de Picardía mexicana.
Escritor
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