Democracia moribunda
Uno puede darle todas las vueltas retóricas que quiera, pero los mexicanos debemos enfrentar una verdad incontrovertible: nuestra democracia está muriendo. El proceso electoral de 2010 no deja lugar a dudas. La violencia (que ayer lo cambió todo), el cinismo político-electoral de los gobiernos estatales, la complicidad de muchos medios locales, el surgimiento de la forma más virulenta de las campañas de desprestigio y la falta absoluta de reglas que realmente persiga estos excesos están llevando nuestra democracia a su agonía.
¿Qué tan grave es el problema? Basta darle una vuelta a los estados donde el domingo se disputará la silla del gobernador. La campaña en Sinaloa ha sido una vergüenza. El gobierno priista de Jesús Aguilar ha inclinado los dados a favor de su delfín Jesús Vizcarra, un hombre sospechoso de tener vínculos con el narco en un estado asolado por la presencia criminal. El instituto electoral sinaloense ha jugado el papel de cómplice con gran pericia, haciéndole la vida imposible al candidato de la oposición, metiéndose hasta con su nombre y protegiendo al candidato del PRI de un debate público que podría haberlo dañado. Todo, en contubernio con los medios locales, que ni ven ni oyen lo que para la sociedad es evidente. Algo parecido ha ocurrido en Hidalgo, donde Xóchitl Gálvez ha enfrentado un evidente boicot en los medios de comunicación (eso, y no otras versiones absurdas, es un cerco mediático). Entre groserías, descalificaciones e injusticias, Gálvez ha tenido que nadar contra la corriente. Algo similar se ha visto en Puebla con el candidato opositor Rafael Moreno Valle. Fiel a su acostumbrada desfachatez, Mario Marín ha volcado toda su maquinaria para inclinar el tablero a favor de su candidato. Desde el principio de la campaña, el gobierno poblano ha amenazado e intimidado a la oposición mientras seduce, a punta de despensas y favores, al más puro estilo del dinosaurio, a los votantes. ¿Y qué decir de Oaxaca y Veracruz? Las grabaciones dadas a conocer hace unos días son reprobables y quizá, pero también son de agradecerse: ofrecieron una invaluable radiografía del México donde la transición democrática es sólo promesa. Los dichos de Fidel Herrera y Ulises Ruiz merecen un sitio en los anales del deshonor mexicano. El calibre de soberbia e impudor que despliega Herrera se explica sólo desde la presunción a priori de impunidad: se siente “en la plenitud del pinche poder” porque sabe que nadie puede, realmente, llamarlo a cuentas. Lo mismo ocurre con el procaz gobernador oaxaqueño, quien se da la libertad de planear sucia estrategia electoral y hasta negociar “pendientes”, porque supone que, en este México donde la democracia está muriendo, nadie se atreverá a perseguirlo. Y de ahí el asombroso cinismo priista después de conocerse las grabaciones. Lejos de manifestar una genuina preocupación por el asalto a la democracia mexicana evidente en las grabaciones, la cúpula priista optó por descalificar el método, y mucho pero mucho peor, sugerir que la divulgación del cochinero de su partido era sólo una distracción. “Que se investigue, que se investigue”, dicen con una mezcla de prepotencia y hartazgo que, a mí entender, revela la misma suficiencia que todos escuchamos en las voces de los gobernadores de Oaxaca y Veracruz.
Evidentemente, este no es un asunto exclusivo del PRI. El PAN y el gobierno han degradado el discurso político, poniendo en riesgo, gracias a su violenta estrategia electoral, cualquier posibilidad de negociación en los dos años que quedan de calderonismo. La culpa, en suma, es de todos. La persecución del poder se ha convertido en un auténtico agujero negro en nuestro país, capaz de engullir aquello mismo que le da vida: la sociedad mexicana. Lo ideal sería que los votantes castigaran esta porquería. Probablemente no lo harán. Tocará a la clase política verse al espejo y plantearse un cambio profundo que incluya maneras de embridarse. Si no lo hace, el riesgo del autoritarismo, nuestro gran fantasma, volverá a rondar las calles mexicanas. Esta vez será difícil hallarle un antídoto.
- Leon Krauze